29 junio 2001

El Malpaís de Güímar: un punto de inflexión


José María Fernández-Palacios

Director del Departamento de Parasitología, Ecología y Genética, Universidad de La Laguna



Desde hace 18 años no falto a mi cita anual con el Malpaís de Güímar. Allí llevo a mis alumnos de Biología o de Agrícolas a pasar el día, pues me parece un marco incomparable, además de próximo a la Universidad, en donde observar, entender y discutir “in situ” acerca de conceptos y procesos ecológicos desarrollados previamente en clase como podrían ser, por citar algunos ejemplos, la distribución y abundancia de las poblaciones, la competencia, la red trófica, la descomposición, la dispersión, la colonización, la sucesión, las estrategias de supervivencia, la convergencia evolutiva, y un largo etcétera, en el seno del que tal vez constituya el fragmento de matorral costero mejor conservado del archipiélago. Pero no es mi intención cansar a los lectores con un repaso de Ecología en estas líneas, ni tan siquiera de reivindicar la conservación del Malpaís desde criterios estrictamente técnicos o científicos, aspecto éste ya realizado con todo rigor por otros colegas como puede consultarse en la estupenda Página Web del Malpaís (www.elmalpais.com). Voy a tratar de hilvanar una reflexión como viejo amigo del Malpaís que me considero y sobre todo como ciudadano francamente preocupado por el futuro que se nos avecina. Los promotores de extender el Polígono Industrial de Güímar hacia el Sur del Camino del Socorro han planteado que la zona que se pretende urbanizar ya está degradada y tal vez tengan razón. Pero una zona degradada por haber sido cultivada en el pasado (como es el caso) es una zona perfectamente recuperable desde el punto de vista ecológico y paisajístico (de hecho lo hace a pasos agigantados) lo cual es un alivio frente a otras muchas zonas (amplias extensiones de las costas y medianías de las islas) que ya no tienen esa opción –sin ir más lejos en el propio Valle de Güímar– .

Si tan necesaria es la ampliación del Polígono, y dejémonos de eufemismos, aún más necesario es evitar que los poquísimos espacios costeros todavía no urbanizados del archipiélago, incluso en el supuesto de que ambientalmente no valieran nada, sucumban a la presión del hormigón. ¡Por favor, no demos más pasos irreversibles! Además, en este caso, el mantenimiento de la situación actual permitiría en un futuro que espero próximo y tras un mínimo ajuste legislativo, la protección de la extensión original del Malpaís, y no como ahora en que la protección apenas alcanza a la mitad de su superficie.

La lucha por la salvación integral del Malpaís de Güímar no es, desafortunadamente, sino un ejemplo paradigmático de la lucha por la supervivencia del patrimonio natural –y con él de la del propio archipiélago– a la que tenemos que enfrentarnos sin remedio. Las islas, por mucho que quieran algunos de nuestros políticos y empresarios, no se pueden estirar, y a diferencia de los continentes en donde siempre hay terreno disponible para casi todo, aquí hay que tomar constantemente decisiones irreversibles acerca del uso más adecuado para cualquier lugar.

Hasta ahora en la toma de este tipo de decisiones en Canarias casi siempre han prevalecido intereses particulares, casi siempre crematísticos y planteados a corto plazo, sin tener en absoluto en cuenta qué modelo de islas van a heredar nuestros descendientes en un futuro no muy lejano. El resultado de tal política creo que está a la vista de todo el mundo. Y nunca mejor dicho, Canarias como ejemplo mundial de las consecuencias de la implantación de un modelo de desarrollo económico al margen de la realidad natural del territorio: densidades de población que superan las de todas las naciones europeas (y siguen subiendo), parque automovilístico desmesurado para nuestro territorio (800 coches /1000 habitantes), dependencia exclusiva de un turismo de masas con cerca de 12 millones de visitantes al año, agricultura hundida y con nubarrones en el futuro, con la pesca más de lo mismo, dependencia exterior absoluta en energía, alimentos y clientes, inversiones exclusivamente cosméticas en el desarrollo de energías alternativas, red de espacios naturales en la picota, por no hablar de paro, inmigración, pobreza, etc. Es decir, un ejemplo perfecto de cómo no se deben de hacer las cosas. ¡Y todavía nos planteamos nuevas pistas para los aeropuertos!

¿No les parece que ha llegado ya el momento de invertir esta tendencia? ¿Vamos a esperar hasta tener la sensación de vivir en Hong Kong o Singapur? Yo personalmente creo que ha llegado la hora de ser intransigentes con los promotores, con los constructores e incluso con la mayoría de los políticos. Creo sinceramente que la lucha por el Malpaís puede representar ese punto de inflexión que las sociedades civilizadas han de saber encontrar cuando su futuro se ve, como en nuestro caso, gravemente amenazado.

José María Fernández-Palacios
Director del Departamento de Parasitología, Ecología y Genética, ULL

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