Stephan Scholz
Reproducido con autorización del autor
Hace más de 20 años y siendo yo estudiante de ciencias biológicas de la universidad de La Laguna, el Prof. W. Wildpret me encomendó como trabajo de licenciatura el estudio de la flora liquénica del malpaís de Güímar. Empezaba a verse claro que este paraje de la costa sur de Tenerife tenía una biodiversidad extraordinaria y sobre todo un estado de conservación excelente que exigía su protección. Recuerdo mis solitarias excursiones por campos de lava y arenales. Recogía especímenes, hacía inventarios y sacaba fotos, para volver, ya avanzada la tarde, en guagua a La Laguna con la pesada mochila a cuestas, llena de muestras a analizar. El estudio liquenológico de Canarias estaba entonces empezando. Se había elaborado un catálogo provisional con algo más de 600 especies, pero se suponía que debían de existir muchas más. Desde Alemania nos asistía el Prof. Follmann, liquenólogo mundialmente conocido, y que estaba maravillado ante la riqueza liquénica de las islas. Después de meses de intenso trabajo, pude constatar la existencia de 87 especies de líquenes en el área de estudio, sin contar con la zona del volcán propiamente dicho. Esta, por falta de tiempo y porque el número de especies y la complejidad de las comunidades liquénicas superaba lo esperado, apenas se exploró. De los líquenes encontrados, algunos están aún hoy sin determinar. Probablemente sean especies nuevas para la Ciencia. Sin embargo, no se ha encontrado especialista para trabajarlas, o al menos no tengo noticias de ello.
Desde hace 15 años resido en Fuerteventura, pero sigo viniendo a Tenerife con regularidad. Los cambios que observo en el paisaje y en la naturaleza son cada vez más drásticos e intensos o, por qué no llamarlos de esta manera, brutales. Una nueva urbanización aquí, otro polígono industrial allá, más y más cultivos bajo plástico, extracciones masivas de áridos, nuevas carreteras... No descubro nada si digo que las regiones costeras del sur de Tenerife se han visto especialmente afectadas. Constato cada vez que vengo a la isla que los ecosistemas naturales de estas zonas han vuelto a perder terreno y trato de aceptar resignado que posiblemente la próxima vez, en determinado lugar, ya no quede absolutamente nada de ellos. Me da auténtica pena ver cardonales ,y tabaibales arrasados, en muchos casos inútilmente y sin razón.
¿Es que no vale nada una tabaiba, un cardón, un balo? ¿Por qué hay que machacar cientos de miles de metros cuadrados de tabaibal dulce centenario, con todas sus especies vegetales y animales en gran parte endémicas, para plantar una zona verde compuesta casi totalmente por especies foráneas ? ¿Qué se ha ganado? ¿Alguien de los responsables se ha preguntado cuánto tiempo tarda una tabaiba en crecer? ¿Se ha dado cuenta que están óptimamente adaptadas a las condiciones naturales, mucho mejor que cualquier especie introducida ? Ni siquiera consumen agua de riego. En Fuerteventura, con su clima casi desértico (la mano del hombre tuvo mucho que ver) ya quedan muy pocas. Cuánto me gustaría tener allí las preciosas tabaibas y cardones que se desprecian y arrasan día a día en Tenerife.
Y llego ya, después de un breve repaso al marco en el que se desenvuelve todo, al punto central de este escrito. Se quiere urbanizar y convertir en zona industrial una parte del malpaís de Güímar. Desde el camino de E1 Socorro hacia el sur, hasta llegar a los límites del espacio natural protegido. En realidad, todo nuestro planeta es zona de sensibilidad ecológica, pero en esta área concreta, adyacente a un espacio natural protegido, el término adquiere además unas implicaciones legales, y se le reconoce oficialmente a la naturaleza esta cualidad. Una zona de antiguas huertas y terrenos arenosos en la parte superior, y un tabaibal dulce inalterado hacia el mar. Endemismos tanto vegetales como animales. Una zona de gran valor ecológico, la más valiosa de la costa del valle de Güímar sin duda.
Mi parte débil, o mi parte fuerte, según se mire, es intentar ser objetivo. E1 Parque Nacional del Teide es una maravilla. También los pinares y hasta la laurisilva de Tenerife están ahora en condiciones mucho mejores que hace 50 años. No todo es negativo. Pero en las últimas décadas le ha tocado a las zonas costeras de la isla cargar con el peso de la economía. Ahora no se trata de explotar de forma más o menos artesana a la naturaleza, como ocurría antes con pinares y laurisilva. Eso fue reversible. Urbanizaciones y zonas industriales eliminan el ecosistema, sin que este tenga posibilidad de regenerarse. Y la red de espacios naturales protegidos, con muy buena intención, trata de preservar zonas en su estado natural.¿Hay que explicar por qué ?
Mi búsqueda de objetividad y equilibrio también se traduce en intentar comprender todas las posturas. Algunas voces me han echado en cara falta de compromiso. En este caso, mi postura es clara: los espacios naturales no son piezas de museo, pequeñas curiosidades que hay que intercalar aquí y allá entre el asfalto para que no den la lata los sensibleros ecologistas inadaptados a la vida moderna. Deben de poder respirar, evolucionar, interconexionarse con otros espacios naturales y, en definitiva, tener un ecosistema lo suficientemente fuerte y estable para mantenerse vivo a largo plazo. Este es su sentido. En nuestro caso concreto: no debe de seguir ampliándose el polígono industrial de Güímar. Quiero unirme a los muchos que han abogado ya claramente por la conservación íntegra del espacio natural protegido con toda su zona de influencia de sensibilidad ecológica. Sé que hay intereses económicos. Cada caso por separado es completamente comprensible. Pero así, entre todos, y en base a que todo es justificable bajo la bandera del progreso, estamos llegando a un grado de transformación del territorio que produce preocupación. Aparte de biodiversidad, la isla va perdiendo originalidad y personalidad, que recibe en gran parte de su naturaleza y paisaje. En unos años no darán ganas ni de volver, al menos a algunas zonas. No quisiera pasar unas vacaciones en ciertas urbanizaciones ni que me las paguen. Y lo peor: sometemos también a los espacios naturales protegidos a una presión cada vez más agobiante.
¿Mala intención y ganas de destruir ? De ninguna manera. ¿Inevitable ley de vida ? No creo. Es cierto, nada es eterno, todo cambia, las comunidades de seres vivos se van sucediendo en el tiempo, y el hombre es un ser vivo que tiene derecho a crearse su propio ambiente. Pero, después de estos vertiginosos últimos 30 años, donde se ha pasado de una sociedad agraria subdesarrollada a lo que tenemos ahora (no sé como definirlo), ¿no podemos al menos tomarnos un poco de tiempo para mirar críticamente a nuestro alrededor y reflexionar sobre el rumbo que estamos tomando, reflexión que genere no sólo buenas intenciones?.
Para que estos hechos se produzcan y pueda detenerse el excesivo “consumo” de los ecosistemas naturales por parte de nuestra sociedad (llamada precisamente “de consumo”), hace falta conciencia, un poco de valentía y mucho amor por la tierra, y todo ello, en la loca carrera por el desarrollo parece que se ha quedado en el camino.
No quisiera quedarme en consideraciones teóricas ni dar lecciones de moral, ni siquiera de ecología. Quiero terminar con unas ideas prácticas que se pueden realizar. No tienen que ver únicamente con el polígono industrial de Güímar; son extrapolables a todo el territorio.
Creo que hay que darle un valor mucho mayor a la vegetación natural, especialmente la de las zonas costeras. No debe de considerarse como simple maleza improductiva y molesta que hay que eliminar. Propongo que se trate de salvar la mayor parte posible al menos de especies emblemáticas como tabaibas, verodes y cardones, además de otras menos llamativas, pero igualmente valiosas, como cardoncillos, balillos y muchas más.
Para ello, en primer lugar, no sería costoso ni antiestético conservar zonas intactas de vegetación original en lugares que no es absolutamente necesario transformar, como bordes de carreteras y cruces, así como zonas periféricas de urbanizaciones, polígonos industriales, aeropuertos y otras instalaciones. Se destruye mucha más vegetación de la que en realidad sería necesario. Una rotonda de cruce con el tabaibal-cardonal original no es un punto antiestético en el paisaje. Un ajardinamiento mal realizado con especies ornamentales sí lo es. Y he visto zonas “ajardinadas” medio abandonadas y feas, quizás por falta de medios para su riego y atención. Si se hubiesen dejado en su estado primitivo no hubiese hecho falta atención alguna. También, a lo largo de la autopista del sur, hace ya muchos años se plantaron ejemplares de especies ornamentales poco adaptadas a la zona. Buena intención, pero mal resultado. Con haber respetado lo que había hubiese sido suficiente.
Por otro lado, reconozco que existen casos donde se ha logrado integrar armónicamente la vegetación autóctona del lugar con la introducida. Además, cada vez se trabaja más con especies de las islas, reproducidas en vivero. Esto está bien, pero no debe de entenderse como un nacionalismo o localismo de matiz ecológico. Las plantas introducidas no son malas de por sí. Qué sería Canarias sin sus flores de Pascua, jacarandas, tuliperos de Gabón y muchísimas más especies ornamentales, por no hablar de las plantas de cultivo. Lo que no está bien, a mi entender, es menospreciar lo que ya tenemos. E1 mensaje que trato de dar es que se respete lo que ya hay. Todo. No sólo dragos, palmeras y pinos canarios.
En segundo lugar, si es inevitable transformar un territorio (entiendo la necesidad de muchas obras) debe de procurarse transplantar la mayor parte de los ejemplares de las especies que mencionábamos, y no destruirlos. Técnicamente es posible. Trasplantar un cardoncillo (Ceropegia fusca) es muy sencillo. Una tabaiba suele arraigar de nuevo. Un cardón también, si bien su transplante como entidad completa y sin dañarlo no es fácil. Depende de su tamaño y de la naturaleza del terreno en donde crezca. Posiblemente algunos estudios de impacto ambiental recojan entre las medidas correctoras el trasplante de especímenes. Pero apenas se ven resultados.
Un ejemplo concreto de algo que puede realzarse: existe una gran extensión de espacios ajardinados entre el polígono industrial de Güímar y la autopista. Miles de metros cuadrados están plantados de “claveles de sol” (especies del género Carpobrotus, originarias de Sudáfrica) y otras plantas que cubren el suelo. Hay árboles y palmeras. E1 tabaibal original ha sido eliminado. Cientos, o posiblemente miles de las tabaibas y de los cardones de terrenos del valle de Güímar que ya sea inevitable urbanizar caben allí, en esa zona verde. No impedirán para nada que esta zona ajardinada sirva de pantalla de protección visual y acústica del polígono industrial, como al parecer es su objeto. Pienso en los cardones y las tabaibas que crecen en las inmediaciones de Candelaria, de Las Caletillas, de E1 Socorro... Hay planes parciales ya aprobados ¿Se va a arrasar todo ?
Claro que hay que tomarse el tiempo para planificar y coordinar una acción de estas características. Posiblemente puedan implicarse los Ayuntamientos, tratando y negociando con promotores y constructoras. También cuesta dinero. Pero es posible. Depende del valor que le demos a lo nuestro, en este caso a las plantas autóctonas.
Hoy en día, después de haber eliminado ya una gran parte de los ecosistemas naturales del piso basal de Tenerife, puede que haya quien siga pensando que el mejor cardón es el cardón muerto, triturado por las cadenas de una pala mecánica. Pero muchos, y espero que cada vez más, preferimos darles el valor que se merecen y verlos vivos en su ecosistema intacto, levantando sus espinosas columnas hacia el sol como lo han hecho ya cientos de miles de años antes de que el hombre llegara a estas islas. La búsqueda de beneficios a cualquier precio, la comodidad y hasta la ignorancia no deben acabar con lo poco natural que nos va quedando.
Stephan Scholz